Texto: DAVID MELÉNDEZ
Fotografía: ALEJANDRO GUERRERO
Y que las cuatro cuerdas del violín, nos cubra sobre su delicado manto de emociones, sonoridades y tentaciones.
La Tercera Temporada 2019 de la Orquesta Filarmónica de Jalisco (OFJ), ofreció un correcto segundo programa, de la mano de la violinista invitada Erika Dobosiewicz y de la precisa batuta de su director titular, Jesús Medina. Atrás han quedado tantos dimes y diretes acerca del presupuesto, del costo de las batutas que dirigen a la OFJ y los cambios constantes de músicos. Hoy por hoy, la OFJ con toda su sangre nueva, va encontrado su justo derrotero y su sección de metales está excelentemente cimentada, misma que fuera en otros años y temporadas uno de los tendones de Aquiles y en dónde más yerros tenían lugar. También, los concertina solistas (Iván Pérez y Angélica Olivo), han demostrado madera y talento y eso se nota desde cualquier parte del Teatro Degollado.
Y, bueno, el segundo programa fue una elección gustosa para el público asistente, con dos pequeños caramelos de bríos comprobados, como lo son el Poema de Neruda de Blas Galindo (1910-1993) —y en donde la concertino Angélica Olivo ofreció un solo de violín soberbio— y la Obertura de Ruslán y Ludmila de Mijaíl Glinka (1804-1857). Ahí, Medina demostró que el tutti es uno de sus fuertes y su batuta vistosa y netamente física, también lo es para la pupila. En ambas piezas, las secciones de cuerdas y metales estuvieron precisas y por demás exactas en sus ejecuciones.
En torno a la participación de la violinista polaca pero naturalizada mexicana, Erika Dobosiewicz, ella interpretó el Concierto para violín y orquesta de Aram Jachaturián (1903-1978) y demostró absoluto control en las cuatro cuerdas. Como se sabe, ella apuesta por un sonido sosegado, nada estridente y de ahí parte para comandar su lectura de la partitura. Lo de Erika fue un acercamiento a los tres movimientos del concierto, del virtuosismo al talante preciosista, y de la nostalgia a la algarabía. Claro, quizás al final del concierto el sonido de Erika fue un poco opacado por la orquesta que subió al estruendo máximo (porque, como ya dijimos, su sonido es en cierta manera contenido), pero nada quitó la correcta lectura general de la obra de Jachaturián.
La parte final, con la ultra conocida Muerte y Transfiguración Op. 24 de Richard Strauss (1864-1929). La lectura de Medina fue portentosa y el seguimiento de los músicos concisa. Fue un pequeño deleite ver toda la OFJ unida y funcionando como maquinaria suiza de reloj.
Gran noche y velada.