*El Divo de Linares celebró en el Auditorio Telmex sesenta años de carrera con su tour «Raphael 6.0″
Controversial e histriónico, tal como lo ha sido desde el arranque de su carrera allá en el principio de los años sesenta, Raphael se apersonó en el Auditorio Telmex para celebrar, rodeado de sus fieles seguidores, seis décadas de trayectoria con un estilo tan particular que ha trascendido las fronteras de lo musical para consagrarse como ícono de la cultura popular, como leyenda. Poseedor de aquella rareza llamada «Disco de Uranio«, del cuál se dice sólo poseen él, Queen, Michael Jackson y AC/DC, no resulta casual que haya logrado convocar a tantos aficionados de prácticamente todas las edades, clases, aficiones y tendencias tal y como lo describió en su momento Carlos Monsiváis en «Raphael. Dos tiempos y un posdata«, crónica de su libro «Días de guardar«: «Y la muchedumbre era un sólo cuerpo, una unidad indivisible». Aquella muchedumbre sesentera ahora se hizo acompañara por nuevas generaciones, e hizo mofa de su «juventud acumulada«. Una señora de cabello intensamente negro en silla de ruedas bromea con un fotógrafo «En esta fila no hay cabecitas blancas porque todos nos pintamos las canas» señala al resto del foro y agrega «Pero mire hacia allá, hasta parece que está nevando«.
No habían terminado de acomodarse en sus localidades algunos asistentes cuando sonó la tercera llamada y, sin dar tiempo a nada, las luces se apagaron, el escenario cobró vida entre luces con la introducción instrumental de la banda antecediendo la entrada triunfal de Raphael que, ataviado con su clásico conjunto negro, recibió airoso y entusiasmado la jubilosa bienvenida tapatía abriendo con «Ave Fénix» una noche que bien podría definirse como una introspección proyectada, una oportunidad para que el cantante pudiera transparentarse ante su público, confesar las vicisitudes y sacrificios de más de medio siglo entregado a la música como en «Volveré a nacer» o su tema icónico «Digan lo que digan». «Mi gran noche», un tema que se esperaba para el final, apareció como el cuarto y, aunque los arreglos orquestales originales de la canciones tuvieron que transformarse a lo largo del tiempo, siguen estremeciendo con tal fervor como si estuvieran sucediendo en el concurridísimo concierto gratuito en la Alameda en el verano de 1968.
Raphael se dio tiempo para los homenajes. Recordó a su contemporáneo y compatriota Camilo Sesto con «Vivir así es morir de amor», a la cantautora chilena Violeta Parra con «Gracias a la vida» e hizo un guiño a la música tradicional mexicana cuando, acompañado por dos guitarras clásicas, entonó «La llorona» y «Fallaste corazón», correspondiendo con creces el cariño que siempre le ha expresado este país.
«¿Qué tal te va sin mi?», «No puedo arrancarte de mi», «Yo sigo siendo aquel» y «Estuve enamorado», cimbraron en lo más profundo del alma de la concurrencia que poco a poco se atrevió a levantar los brazos, ponerse de pie y gritar a todo pulmón palabras de afecto que el cantante recibía haciendo reverencias. Completaron el cuadro retrospectivo «Cuando tú no estás», «Estar enamorado», «En carne viva» , «Qué sabe nadie» y «Resistiré», en la que hace un guiño al rock más estridente.
«Yo soy aquel» y «Escándalo» presagiaban el final. En medio de la algarabía festiva multicolor de este último tema, el Divo de Linares se despidió del público y se retiró del escenario, sin embargo, la aclamación general lo hizo volver. Mientras el piano tocaba algunas notas muy identificables, Raphael confesó su placer por estar de regreso en México «Qué alegría, de nuevo, un año más en esta bendita tierra de Guadalajara y de todo México. Siempre, pero siempre me he sentido tan arropado en este país«. «Como yo te amo» se hizo presente y se alargó lo suficiente para hacer una despedida digna, colorida, histriónica y muy emotiva con un Raphael que sentía quedar en deuda a pesar de agradecer insistentemente. Así, por el momento, se despide de Guadalajara aunque por lo demostrado esa noche del sábado 15 de octubre, parece que habrá Raphael para un rato más.
Texto y fotos: Luis Gómez Sandi «Lags»