*El inesperado incidente que se convirtió en el retorno de la mirada del espectador con Alicia Keys
Un texto a manera de revelación (en cuarto oscuro) de Luis Gómez Sandi «Lags»
Por azares del destino, mi cámara tuvo que quedarse a descansar el día de la esperada presentación de Alicia Keys en el Auditorio Telmex. Como fotógrafo de conciertos algo así representa un incidente frustrante, ya que si la fotografía de por sí es un arte posesivo, celoso y adictivo la de conciertos lo es todavía un grado más, tanto así que cualquier melómano que ose internarse en ella terminará pagando el precio de «escuchar con los ojos» y abandonarse en la imagen antes que en la música en si. Convencido de que también era imprescindible obedecer el lado aficionado de mi conciencia, busqué la manera de acudir. Sorpresivamente, ese frustrante incidente que me alejó de la cámara se convirtió en una oportunidad insuperable de volver al origen de la pasión por la música, esa en la que el espectador se deja llevar instintivamente por el oleaje melódico del evento.
De pronto, ya no había necesidad de capturar la espectacular entrada de Alicia Keys entre nubarrones tonificados por un bien coordinado y refulgente juego de luces, entallada en un brillante conjunto negro con una ondulante capa fucsia interpretando «Nat King Cole». No fue necesario buscar el mejor ángulo durante su despliegue multitalentoso de habilidades musicales, de la mágica capacidad de hacer un espectáculo de primer nivel sin grandes recursos tecnológicos o un séquito de bailarines, sino únicamente ella acompañada de su banda. Tampoco se requirió buscar el lente adecuado para captar esa aplastante seguridad con la que se apoderaba del recinto entero recorriendo de un lado al otro el escenario, interactuando con sus músicos, saludando a la gente y, de pronto, en un giro inesperado aparecer a medio auditorio con un íntimo acto rememorando las míticas noches amateur en el Apollo Teather, las mismas que vieron surgir leyendas como Ella Fitzgerald, Aretha Franklin, Marvin Gaye, James Brown, los Jackson Five y Stevie Wonder y ni qué decir de la nitidez con la que su privilegiada voz multicultural, plasmaba imágenes de las calles, costumbres, historias y gente de Nueva York, su tierra natal, a través de «City of gods» y «Empire State of mind». La calibración del ISO era prescindible para captar la natural empatía y carisma con que Alicia Keys se conectaba con sus seguidores, muy al margen de recursos predecibles como mostrar una camiseta del Guadalajara o mezclar unas estrofas de «Ella baila sola» de Peso Pluma con las estrofas finales de «Girl on fire».
Finalmente, no fue necesario ubicarse en el pit, en el house o al fondo del auditorio para experimentar la entrega total del público, los gritos de emoción, la perfecta coordinación para corear las canciones como si se tratara de una misa gospel masiva, como si esa parte del corazón del Harlem estuviera presente en cada uno de los asistentes e, incluso, la proliferación de luces de celular para iluminar temas como «No one» fue como un destello de la resplandeciente bienvenida que los edificios de la Gran Manzana dan a sus visitantes cuando llegan por la noche.
Al cierre del día, un fotógrafo sin cámara sale del Auditorio Telmex con cientos, miles de imágenes que se quedarán en lo más profundo de su recuerdo como en aquellos lejanos años cuando acudía a los conciertos sólo por la música. Ahora tiene la certeza de que en un futuro habrá más oportunidades para fotografiar con su equipo a Alicia Keys, pero lleva la satisfacción de haberse dado la oportunidad única de hacer sus mejores capturas sin ayuda del obturador.