*El salir e hincarse, totalmente sorprendido, ante un Teatro Diana ya anunciado sold out, sería la pauta para el agasajante recital que ofreció el sábado pasado en la Perla Tapatía
Dieron las 21:00 horas y Drexler, vestido de traje verde, playera negra y tenis blancos, rompió el estigma del “Don de fluir”, donde menciona: «Los músicos no bailamos, ya habrás oído decir…”, pues desde que inició el recital mostró sus dotes kinésicos seduciendo a los presentes.
“El plan maestro” dio inicio a una noche favorecida en su totalidad para el cantautor, quien mantuvo un fuerte vínculo con su público haciéndoles partícipes canción a canción. Flavio, quien lo asiste y le ordena el escenario, le pasa un ukelele por corto tiempo y emite “Deseo”, que después se convierte en una guitarra eléctrica para concluir: “Buenas noches, Guadalajara”, reflexionando sobre la autonomía en el amor, prosiguiendo «No hace falta que nadie nos complete nada«, y así recitar “Corazón impar”, despertando al término el “¡Oé, oé, oé, oé, Jorge, Jorge!” acoplado a las palmas de la multitud para que al final dirigiera, “Un gran corazón de Jalisco”.
Los problemas técnicos no son inconveniente para alguien que lleva más de 30 años de carrera y que hace gala del ingenio para que estos pasen desapercibidos, pues al irse el sonido, el uruguayo pide un silencio para interpretar, sin ningún micrófono, y totalmente a capela “Al otro lado del río”, tema que no estaba incluido en el set list y en la que el público mostró el mayor de los respetos haciéndose participe en una dupla verso a verso cada que el cantante les guiaba, volviendo todo un momento único y sublime.
Tal el orden de Tinta y tiempo, la última placa discográfica que estaba presentando, el show continuó con “Cinturón blanco”, “Me haces bien” y “Fusión”, la cual cantó a dueto con una de sus coristas; en esta última, explicó la contradicción que se da en sus letras, pues en ella habla de cómo necesitamos a alguien más para complementarnos, provocando infinitas risas en los asistentes.
“Bendito desconcierto”, featuring que realiza con Martín Buscaglia; “Inoportuna”, en la que reflexionó que las cosas nunca van como uno las planea y en la que se escuchó la voz de un fan “Jorge, hazme un hijo”, y él bromeó mencionando que los tiempos han cambiado y que la ciencia lo puede lograr, volvieron locos de la emoción a todos los presentes, quienes no pararon de piropearlo toda la noche.
La forma de narrar y bromear fueron ingredientes primordiales en el show, Jorge relató que su primer cassette solo vendió 33 copias, casi obligatorias entre sus familiares y del cual interpretó “Era de amar”, utilizando en la parte final el verso de Cerati “Cruza el amor como un puente”.
Con “¡Oh, algoritmo!” sacó sus dotes de rapero, pero un aire de nostalgia llegó con “Salvapantallas”, canción dedicada a sus cuatro hermanos. En “Asilo” presentó a la madrileña Miryam Latrece, canción que empezó a escribir en México; y después pidió paciencia en la hoja en blanco para regalarnos “Tinta y tiempo”.
La improvisación y las complacencias son características de Drexler, es así que, sin planear, surgieron “La vida es más compleja de lo que parece” y “Soledad” de su ya veterano 12 segundos de oscuridad.
“El día que estrenaste el mundo” trajo al presente, pero la “Milonga del moro judío” regresó al pasado para intercalarlo con “Telefonía”, la cual puso el broche final de la velada y sirvió para presentar a sus multiinstrumentistas, agradeciendo por el total silencio logrado horas atrás en todo el recinto.
«Jorge, hermano, ya eres mexicano«, declamaron las almas insaciables que se negaban a dar por terminado el concierto, obligando al montevideano a regresar y poner fin definitivo con “Amor al arte”.
Texto: Eduardo Roel Fotos: Luis Gómez Sandi «Lags»