*El Festival Cordillera se consagró, en dos días, como el santuario nostálgico del rock latinoamericano de los noventa y el escaparate ideal para los nuevos valores de la música de la región.
El anuncio del Festival Cordillera a comienzos de mayo invitaba a la celebración de la nostalgia y de años felices cuando el rock latinoamericano encontró unidad en la diversidad. A finales de los años 90 del siglo pasado y a comienzos del que corre, el rock hecho en el continente tuvo una eclosión inédita y poderosa que lo hizo brotar de los barrios a los grandes escenarios de las principales ciudades. Los ingredientes era los mismos: cultura popular, música tradicional, historias cotidianas y espíritu punk arrabalero.
Bogotá, Ciudad de México, Caracas, Buenos Aires y Montevideo, se convirtieron entonces en focos de una cultura juvenil que descreía de los clichés y estereotipos del rock anglosajón y apostaba por los sonidos de su propia aldea. Milonga, bolero, cumbia y demás aires musicales fueron adoptados junto al imaginario estético de cada lugar para marcar pregonar diferencia y, al mismo tiempo, propiciar identidad. Así, los rockeros de cada país se fueron dando cuenta que tenían mucho en común más allá de sus fronteras, y que la impronta de la cordillera, las planicies, los océanos y los ríos, era casi genética.
Dos décadas más tarde, ese fenómeno que en su momento fue llamado “rock alterlatino” es parte de la historia. La música ha cambiado tanto que se podría pensar que ese momento fue el último gran momento de la industria musical antes de la irrupción definitiva de internet. Motivo suficiente para celebrarlo en un evento como el Festival Cordillera, con un pie en la leyenda pero con otro en el porvenir y con el presente mediando.
Es indiscutible el carácter legendario de los principales invitados al Cordillera, condición que demostraron en sus respectivos conciertos. Sin embargo, los artistas más jóvenes estuvieron a la altura de una cita que también convidó al hip-hop y a la música electrónica hacer parte de la fiesta. Durante dos jornadas que espantaron a la inevitable lluvia septembrina, Bogotá cantó en clave de rock alterlatino, rememorando momentos gloriosos de festivales como Rock al Parque o Vive Latino en sus primeras ediciones hace más de 20 años.
Con la cordillera y sus accidentes como concepto, el festival bautizó a sus tres escenarios principales con nombres de picos nevados: Aconcagua (Argentina), Cotopaxi (Ecuador) y Cocuy (Colombia), además del Bosque Electrónico, y desplegó una acción de compromiso con el medioambiente que varios artistas celebraron en público: la siembra de un árbol en el Páramo de Las Cuchillas, ubicado en la Cordillera Oriental, a 57 kilómetros de la capital colombiana.
El sábado 24 y el domingo 25 de septiembre, miles de asistentes al Simón Bolívar fueron testigos de buena parte de la historia de la música alternativa de América Latina y, a su vez hicieron historia en un festival soñado por públicos de diferentes generaciones que, quizás por vez primera, verían sus artistas más queridos en un mismo evento.
El Festival Cordillera bajó el telón el sábado a las 14:00 horas con tres de los artistas jóvenes que pronto han empezado a trazar un camino propio y distintivo; los colombianos Briela Ojeda y Duplaty, el mexicano Arath Herce inauguraron el Cordillera con canciones profundas, refinadas e ingeniosas, coreadas por un público igual de joven y entregado a los artistas de su generación. Una hora más tarde en el escenario Cotopaxi, ese mismo público se sumó a uno mayor que asistió en masa y, desde temprano, para celebrar, agradecer y despedir a Totó La Momposina, la diva descalza de la cumbia. Acompañada de su agrupación y de otras cantadoras como Adriana Lucía, Nidia Góngora y Mónica Giraldo que ahora llevan su antorcha a través de sus propias canciones y aires musicales. El último concierto de Totó fue la estela de una fiesta que ella misma iniciara a comienzos de los años 80.
Finalizado el homenaje a Totó, la fiesta de la nostalgia comenzó en el escenario Aconcagua con Molotov que tocó sus clásicos y un par de canciones nuevas que fueron recibidas con entusiasmo. Tito, Miky, El Randy y Paco serían los primeros en demostrar que el paso de los años le ha sentado bien a su repertorio y a ellos como músicos. Todo el fin de semana, la mayoría de los artistas consagrados invitados, tocaron con grandeza y entrega.
De ello pueden dar fe los asistentes a la verbena que ofrecieron Los Auténticos Decadentes. 35 años después de su debut en vivo, sus conciertos son una invocación de energía buena, tanto en sus clásicos fiesteros cantados por “Cucho” Parisi, los más guitarreros a cargo de Diego Demarco, como en las baladas lideradas por “Perro Viejo” Serrano. La presencia de la chilena Mon Laferte en el concierto de los Decadentes, terminó de abrazar a dos generaciones distintas más no distantes en el momento de abordar los sentires latinoamericanos. Como si fuera poco, por esa fiesta también pasaron Emir Kusturica y algunos integrantes más de la No Smoking Orchestra para acabar con el último aliento de un público que también lo dio todo. Precisamente, enseguida Mon hizo del escenario Aconcagua un largo suspiro con un concierto entrañable porque con las entrañas cantaron ella y todo su público, cada vez más grande.
Al huracán emocional desatado por Mon Laferte le siguió la elegancia seductora de Babasónicos. Los de Lanús arrollan desde el principio, con clásicos o temas nuevos demuestran porqué su tránsito del rock psicodélico y electrónico de comienzos de los 90 hacia el pop electrizante, canción melódica mediante, de comienzos de este siglo, los convirtió en una banda de estadio y en permanente estado de combustión y gloria. Dárgelos quizás sea el gran crooner de nuestro tiempo respaldado por la precisión de Uma, Tuñón, Mariano, Panza, Carca y Tuta.
Mientras todo eso ocurría, en los escenarios Cocuy y Bosque Electrónico, artistas locales como Lospetitfellas, Monokike, Mitú, consagrados continentales como Los Amigos Invisibles y Silverio, y leyendas como The Wailers y Mad Professor, congregaron una cantidad importante de público que se decantó por el hip-hop, el reggae y el dance y en un ambiente más relajado.
Tras un correcto y deslucido concierto de Caifanes, la noche del sábado terminó en carnaval por cuenta de Los Fabulosos Cadillacs. Cuando Vicentico, Sr. Flavio, Sergio Rotman y el resto del combo Cadillac se juntan en un escenario para tocar su repertorio esencial son imbatibles. Si Molotov encendió la mecha de la nostalgia el sábado, LFC devinieron barril de pólvora; con un clásico tras otro fueron demostrando la vigencia de unas canciones que apelan al inconsciente colectivo y de un momento del continente que, por extensión, pareciera no haber cambiado mucho. En las primeras horas del domingo, las canciones de los Cadillacs coreadas por el público, una vez acabada la jornada, seguían resonando en el Simón Bolívar.
La segunda jornada del Festival Cordillera también comenzó con sangre joven. Conociendo Rusia debutó en Colombia en el escenario Aconcagua con un concierto superior. Aunque Mateo Sujatovich lleva apenas cuatro años en la ruta pareciera que llevara mucho más. Su obra mama de la del sonido de apellidos como García, Calamaro, Páez y el suyo propio pero puesto en perspectiva y valor contemporáneo, un clásico moderno e instantáneo con un futuro que se augura precioso.
Tan precioso como el pasado y el presente del cantautor argentino Piero, un artista definitivo en Colombia. Gracias a su presencia constante y su apoyo incansable a la búsqueda de la paz en el país. A las 15:00 hrs., el escenario Cotopaxi ya estaba lleno y Piero congregó la buena onda de miles de personas de cinco generaciones para cantar clásicos eternos de la canción latinoamericana que, de forma subrepticia, conectan con el espíritu rebelde del rock colombiano de los años 90.
Jugó de local, como lo hizo más tarde Aterciopelados en el Aconcagua, que también estaba a reventar. El trabajo sembrado por la banda bogotana a lo largo de las últimas tres décadas cada vez más cosecha amor y entrega en el público capitalino. Su repertorio media entre clásicos de sus primeros álbumes y canciones recientes tras el reencuentro pero todas son recibidas con el mismo entusiasmo.
Mientras apuestas contemporáneas y caribeñas como Caloncho y Al2 El Aldeano reunían a amantes del pop tropical y el hip-hop en otros escenarios, en el Bosque Electrónico en un ambiente relajado con el público sentado en el prado, Diego Gómez, conocido en la escena como Cerrero, ofrecía una pequeña muestra de su trabajo inteligente al frente de los tocadiscos y las máquinas para juntar música tradicionales de las costas colombianas con el dub de Jamaica. Por allí mismo hicieron presencia más tarde nombres claves en la movida de la nueva música tropical colombiana como Gala Galeano y Quantic, y el argentino Chancha Vía Circuito.
Al caer la tard,e el rock en español que definió la idiosincrasia juvenil de finales del siglo pasado y comienzos de este vio desfilar sobre los escenarios a algunos de sus mejores representantes. En el Aconcagua, Draco Rosa desplegó un show conmovedor con un formato novedoso: trío de cuerdas tradicionales, batería y trío electrónico, que sostuvieron con delicadeza y energía tanto temas oscuros y lentos como los densos y pesados del cantante de ascendencia boricua.
A su concierto le sucedió el de Julieta Venegas en el Cotopaxi, y a partir de ese momento, una marea humana uniforme empezó a ir de un escenario a otro, como recordando el espíritu y las primera ediciones del Festival Rock al Parque. Venegas enamoró desde los primeros acordes de su show, sereno, encantador y ligero con canciones nuevas y sus clásicos que ya forman parte del cancionero amoroso popular de América Latina. Al piano, al acordeón o sola frente al micrófono, Julieta iluminó la noche y, sin ninguna carga dramática, dejó claro por qué es la gran cantautora pop de nuestros tiempos.
Y si de himnos populares se trata, Maná llegó al escenario principal para saldar una deuda con Bogotá luego de más de diez años de ausencia y, con su repertorio repleto de hits, demostrar sin despeinarse que tienen un lugar mayúsculo en la historia del rock y el pop latinoamericanos. Además son viejos zorros del negocio: el baterista Álex González capitanea la nave desde atrás soportado por la exactitud de Juan Calleros en el bajo, la contundencia del guitarrista Sergio Vallín y la desenvoltura de Fernando Olvera, acompañados por dos músicos más en la tarima, Maná cumple con el deber de ofrecer un show de primera categoría.
Mientras Moenia puso a bailar a los presentes en el Cotopaxi y Zoé, la más reciente de las llamadas “bandas grandes” convocadas al Cordillera ofrecía un decepcionante concierto, el rapero español Kase.O brilló en el escenario Cocuy, por el que ya habían desfilado nombres importantes del hip-hop nacional como la cantante Lianna y el MC N. Hardem, y la legendaria banda La Etnnia respaldada por su portentosa banda de rock liderada por el guitarrista Rodrigo Mancera. Kase.O también desplegó poder y elegancia celebrando el décimo aniversario de su álbum definitivo, ‘Jazz Magnetism’ en un concierto emotivo acompañado de su banda y de invitadas como Kei Linch, la promesa del rap colombiano, en el que se honró la memoria de los ausentes.
Aunque el mal diseño de las localidades V.I.P pueda ser el lunar negro de un evento memorable, el Festival Cordillera llegó a su final de la mano de la banda más importante que haya dado el rock hecho en América Latina. Café Tacvba contagió entusiasmo y buena energía con un concierto que repasó algunas de sus canciones favoritas de todas sus épocas frente a un público entregado al disfrute de la grandeza y extenuado después de dos días de una fiesta que se cantó en nuestra lengua.
Al margen de si el Festival Cordillera tendrá una segunda edición en Colombia, lo acontecido el 24 y 25 de septiembre de 2022 en Bogotá quedará grabado en el corazón y la memoria del rock latinoamericano como la confirmación de un pasado glorioso que se extiende y brilla en el presente y se asegura un lugar en el futuro, en la historia de nuestro rock continental.
Textos: Umberto Pérez
Fotografías: Andres Wolf y Leonardo Villavicencio.