Texto por Andrés Amezcua
El domingo 11 de febrero continúo el Ciclo Rachmáninov Sinfónico a cargo de la Orquesta Filarmónica de Jalisco, quienes interpretaron la Sinfonía núm. 2 opus 27 en mi menor. La tarde en el Degollado también estuvo dedicada a la presentación de la obra orquestal El guerrero águila y el guerrero tigre del reconocido violinista compositor Samuel Murillo. Esta magnifica pieza musical está basada en un relato del escritor Heriberto Frías, Cuahitl y Ocelotl, en el cual se describe la lucha por la mano de un princesa entre un guerrero águila y un guerrero tigre. Como una especie de tormenta acústica, la obra de Samuel Murillo da muestras de la potencia del leitmotiv mexicano al presentar en la melodía una serie de tonalidades musicales que reflejan el carácter épico de la pieza. Asimismo, un punto culmen de la apacible tarde tapatía fue el Concierto para Contrabajo y Orquesta del compositor estonio Eduard Tubin, interpretado por el contrabajista venezolano Oscar Luque. El venezolano se llevo los merecidos aplausos del público que reconoció la maestría y delicadeza con que se plantó en el estrado del Degollado para tocar un instrumento infaustamente insólito en los escenarios, pero que cuyas capacidades técnicas y su bello y profundo sonido hacen sucumbir a cualquier amante de la música clásica.
Para la segunda parte de la tarde, el público que llenó el Degollado se acomodó en sus lugares para deleitarse con una de las obras cumbres del compositor ruso Sergéi Rachmáninov, Sinfonía núm. 2 en mi menor opus 27. Estructurada en un Largo-Allegro moderato-Moderato, Allegro Molto, Adagio y Allegro Vivace, la Segunda sinfonía dedicada a Sergéi Tanéyev nos llevó por distintas emociones, pasando de una sensación de misterio y tinieblas en sus primeros compases del primer movimiento, hasta un Allegro moderato orquestado por la noble entrada de los violines, los cuales juegan un papel importantísimo dentro de la obra.
El segundo movimiento es otra montaña rusa de sensaciones, aunque contrastado con el anterior. Aquí se inicia con un potente Scherzo que desemboca irremediablemente en un ambiente siniestro. Es un ir y venir entre la alegría y la tristeza, reflejo indudable del alma rusa. Está segunda sección concluye de manera lenta y tenue.
La tercera parte de la obra nos muestra uno de los adagios más hermosos jamás escritos, caracterizado por las cuerdas y un abatido clarinete. Es un movimiento onírico, un sueño del que no quisieras despertar.
El movimiento final de la Segunda sinfonía nos regresó a momentos alegres y bucólicos, aunque no esté exento de momentos fatalistas y lúgubres que tanto caracterizan a esta obra. El final se transforma constantemente, las melodías emocionantes irrumpen como tempestades. La obra llegó a su fin, después de casi 60 hipnotizantes minutos, con una especie de enaltecimiento de la Rusia heroica. De pronto el público exultante se paró en el Degollado e hizo vibrar las palmas de sus manos en ensordecedores aplausos. Ha sido una tarde magnífica en el teatro, ¡qué siga el ciclo pues!