Fotos y texto: ANDRÉS AMEZCUA
¿Cómo seré cuándo sea grande?
Es una de las preguntas que más me atormentaron en mi infancia y en mi juventud.
¿Sería piloto? Me decía de niño; ¿Seré abogado?; Me decía en la prepa; ¿Seré alguien en la vida?; Me decía mi mamá.
Sin embargo, nunca me imaginé que, a mis 30 años, ya casi llegando a los 31, estaría todo magullado, desvelado, maloliente y crudo en una van repitiendo el estribillo de what will it be when i get old mientras cierro los ojos y veo proustianamente a Milo cantarlo al unísono en la Carpa Astros.
Las sensaciones que quedan cuando viajas para ir a un concierto a otra ciudad son muy diferentes a las que te quedan cuando los disfrutas en tu misma localidad. Eran pocas las veces que había salido para ver un show en el que el boleto de viaje salía más caro que el boleto de entrada. Esta vez, el motivo era que la primera banda que escuché de punk cuando era un mocoso espinilludo de 16 años se presentaba en la Ciudad de México: Descendents.
Descendents, la banda de Milo. Ese cantante con estética nerd e imagen de uno de los logos quizá universalmente más conocidos del punk rock. Descendents, la banda de Bill Stevenson; uno de los ex bateristas de Black Flag, genio del punk gringo en general y productor de muchas otras bandas del así estigmatizado pop punk. Descendents, la banda que más marcó mi juventud y mi paso a la adultez. Descendents, de las bandas más longevas y míticas que quizá nunca pisarían el país. Descendents y miles de recuerdos acumulados en cada una de sus canciones.
Poco a poco varias criaturas del subterráneo se fueron reuniendo en el Oxxo que está en la esquina del Monumento a los Niños Héroes. Éramos 21 monos, unos con sueño y otros en modo party on. Por fortuna iban varios de mis hermanos de batalla. La riot squad venía con claras intenciones de ingerir alcohol, drogas y romper la ley para salir (al menos en mi caso) de nuestras aburridas vidas de ciudadanos modelo. Antes de partir tuvimos que ponernos en modo ciudadanos comunes y realizar la despensa: agua mineral, hielos, cigarros, cerveza y otra comida chatarra para resistir las seis horas de viaje que nos esperaban. Vampi, recibió de manos de Jorge un wiskilucan con motivo de su cumpleaños, cosa que fue aplaudida por todos los dispuestos a romperse el culo durante el trayecto. Quién tenía pensado dormir, seguro la iba a pasar muy mal.
La van salió pasando las 12 30 de la noche. Apenas puso el chofer el pie en el acelerador, comenzó el punk y comenzó el servicio de bar. Varias bebidas iban y venían preparadas con pulso milimétrico por el Changuito número uno, o sea, Jorge el de cabellos sebosos (que no sedosos). Fil comenzó a tomar la palabra y todos saben que cuando Fil toma la palabra ya no la suelta. A él se le unió Rondas, y eso es equivalente a como cuando Goku y Vegueta se fusionan para ponerse en modo supervergas. Las bromas a Javier Departamento 21 no faltaron debido a su extrema formalidad a la hora de dar la información del viaje que él había organizado. Sin embargo, con éstos fusionados en modo superplatanito, cualquiera podían ser objeto de sus burlas. Las bebidas comenzaron hacer efecto en la vejiga, ya que empezamos a hacer varias paradas durante el trayecto. Mientras miaba en una de las tantas gasolineras en las que nos detuvimos, pude observar la magnificencia del cielo nocturno con la Vía Láctea en todo su esplendor. El ánimo fue decayendo como a eso de las cuatro de la madrugada. Varios camaradas del riot squad habían muerto valerosamente en esa combinación de wiskhy, cerveza, mota y cansancio. Para ese momento, solo Fil quedaba aún, pero comenzó a paletearse; hasta que finalmente durmió como uno de esos soldados que agonizan hasta apagárseles la mirada.
Llegamos alrededor de las 8:30 horas de la mañana a ese monstruo de ciudad llamado (o abreviado) CDMX. El chilango se nos presentaba como algo ajeno, frío, extraño y monstruoso a la vez. Era como una especie de dimensión desconocida en la que todo lo que aparentemente conocíamos se deformaba. Para Fil todo era una versión fea y bizarra de lo que había en Guadalajara; para mí, por el contrario, era una ciudad llena de contrastes muy marcados entre lo decadente de un pasado glorioso y un futuro que intentaba ser moderno. Bajamos de la van todos modorros y titiritando por el gélido aire capitalino. Nos dividimos en grupos, cada cual con sus intereses.
Algunos miembros de la escuadra alcohólica teníamos planeado visitar el legendario tianguis del Chopo, el cual particularmente no conocía y del que sabía que nuestro tianguis cultural (de GDL) era una copia de éste. Bajamos al metro pero la tripa ya apretaba. Mi ritual mañanero normalmente consiste en descargar lo acumulado en el estómago y en la vejiga desde los primeros rayos del sol. A pesar de que no estaba en modo ciudadano modelo, no era un día para la excepción de mi ritual. Necesitaba un baño urgentemente. Toño nos dirigía a los Machetes con el argumento persuasivo de que era bueno, grande y barato. Además, nos contaba historias de otras veces que había venido y había comido en ese lugar. Sin embargo, en mi mente solo estaba una letrina como idea. Después de una larga caminata por las calles de la Delegación Cuauhtémoc, llegamos a las famosas quesadillas XL conocidas como Machetes. Poco me importo el menú, yo y la caca teníamos asuntos pendientes. Una vez descargado, ahora sí pedí la orden especial de Machetes. Cuando el plato llegó, una especie de quesadilla en forma de esa arma blanca rebosaba sabrosa y grasienta en el plato. La verdad es que Toño tenía razón sobre todo lo que nos había contado de ese lugar.
Terminamos las quesadillas y nos dirigimos a El Chopo, el cual estaba cerca de donde habíamos degustado tan sabroso manjar. Caminamos algunas calles y por fin divisamos el tianguis. Para mi sorpresa, eran pocas calles y al parecer apenas comenzaba a instalarse. Si les habíamos copiado, también los habíamos superado, ya que nuestro «Chopo» es más grande; aunque, quizá, y a pesar de ello, El Chopo original sí tiene mejores productos alternativos que los de El Chopo copia. Compramos unos pines para nuestros chalecos y chamarras de batalla, pero al ver que aún faltaban horas para el show, decidimos visitar la Colonia Roma y de ahí pasarnos a Carcoma Records por unos vinilos para Toño. Mientras recorríamos toda la de Insurgentes dimos cuenta de las mutaciones de la ciudad, una especie de oxímoron arquitectónico y social entre lo moderno y decadente, entre lo sucio y limpio, entre lo popular y exclusivo. Los barrios bajos eran una gran cloaca olorienta a miados, mientras los barrios chics eran la cara maquillada de la capital.
El reloj marcaba la 13:00 horas y mi cuerpo me pedía un pequeño descanso, ya que habíamos caminado toda la mañana. Nos detuvimos en el café El Beneficio de los de Abajo, donde cada uno pidió un americano, el cual aflojó de nuevo los estómagos. El café nos levantó los ánimos y aminoró el cansancio. Dimos dirección para Carcoma Records en donde Toño, coleccionista empedernido de los más raros vinilos de punk y otros géneros afines, compró algo de material. Vampi, había quedado de reunirse con amigas en Coyoacán, así que decidimos seguirlo. Los Changuitos 1 y 2 se separaron del grupo porque habían quedado con otros conocidos. Llegando a Coyoacán, encontramos a las amigas de Vampi, las cuales nos dirigieron a un bar. Ahí comencé a ponerme en modo Jaime, pero pude controlarme y no beber más de la cuenta; de alguna manera tenía trabajo por hacer al ir como prensa al show. Dos tarros de litro de cerveza bastaron para relajar mis músculos y mi cerebro. Algunas tonterías comenzaron a circundar mi cabeza y comencé a hablar sobre cómo el transcurrir del tiempo chilango nos parecía diverso a nosotros los provincianos; es decir, éste era más lento y viscoso. La explicación que di era muy simple, ya que según la Teoría Especial de la Relatividad de Einstein sostenía que el transcurrir del tiempo se ve afectado por los efectos gravitatorios y de aceleración, los cuales deforman el tiempo y al espacio. Así, para un reloj que está mucho más cerca del centro de la Tierra, la gravedad no curva el tiempo, y, por el contrario, para un reloj que se aleja del centro de la Tierra, los efectos gravitatorios comienzan a curvar el tiempo y afectar su transcurso en algo más lento. Mi razonamiento de borracho era que, si la CDMX estaba a mayor altura, el tiempo transcurría nano centésimas de segundo más lento que en una ciudad como, por ejemplo, Guadalajara que está más cerca del nivel del mar. De ahí esa extraña sensación de nuestra percepción del tiempo chilango. Después de esto decidimos que nos retiráramos porque la cerveza empezaba a afectar mi razonamiento. Tomamos un taxi para la Carpa Astros después de un largo y hermoso día con el escuadrón alcohólico.
What will it be, when i get old
Llegamos rayando el tiempo límite (por fortuna corría más lento el tiempo por estos lares) para las acreditaciones. Dentro había quedado de verme con una amiga que también trabajaba para prensa pero que desgraciadamente no le habían dado esta vez acreditación. Ya dentro la saludé y la acompañé a cenar, yo aún traía el machete atravesado en el estómago así que pasé de comer. La cerveza comenzaba a bajar de mi cerebro a la vejiga. Mientras Pao degustaba las chuletas, así le llamaban ellos a los tacos de chuleta, mis pensamientos retrocedían en el tiempo hacía aquellos años donde había escuchado por primera vez a los Descendents en un casete grabado y pensaba que nunca me habría imaginado que cuando fuera viejo habría tenido la posibilidad de ver uno de sus shows en vivo y ser, además, uno de los fotógrafos acreditados para la ocasión.
¿Qué seré cuando sea viejo? Nada, no era nada, solo era miles de esperanzas rotas, miles de oportunidades que había perdido para ser ese algo que mamá quería, solo era un pedazo de existencia vacía y alcohólica en algún punto del monstruo esperando brincar, sudar y cantar algunas de las canciones de Descendents. Everything suxs, pero hoy no, hoy, a pesar de ser nada y defraudar día con día a la gente que me rodea, no apestaba, ahí estaba la salida de mi asquerosa cotidianidad en la que me había convertido. Porque crecer y hacerte adulto y viejo consistía en eso: cuentas, pagos, trabajo, necesidades diarias contra las que no puedes luchar y con esquemas que llenar día con día. Cuando desperté de mis deprimentes pensamientos, Javier Departamento 21 se acercó a saludar, Gula terminaba su show y comenzaba a sonar «After the Fall». Pao entró, y yo me quedé con Javier tomando cerveza. Finalmente, mi labor periodística me llamó y entré para realizar algunas tomas de la banda en turno.
La Carpa Astros antes era un circo, pero después de las reformas a la ley sobre el maltrato a los animales decidieron aprovechar el espacio y convertirlo en un gran escenario con esa temática circense. El escenario y la pista de baile eran enormes, como la ciudad misma. La muchedumbre hambrienta de punk comenzaba a amontonarse ante la expectativa del show de los Descendents. After The Fall terminaba su turno y yo me fui a formar para pasar por mis tres canciones en zona de prensa. Noté que el escenario tenía muy buena iluminación; sin embargo, puse el flash en caso de que se apagaran las luces. Nos dejaron entrar a la zona de fotos y en cuanto salió Bill Stevenson los aplausos y gritos de euforia contenida estallaron. Karl Alvarez y Stephen Egerton se enfundaron sus instrumentos y Milo hizo lo suyo: Everything sux today. El crowd surfing, los empujones, los saltos y el baño de cerveza no se hicieron esperar. Todos al unísono gritábamos everything sux today, today, evereything sux today. Un colega me regañó por estar usando el flash, o eso entendí. Así que lo apagué y me dediqué a tomar las fotos con un Iso levemente más alto y la mayor apertura que me permitía mi todo terreno. Mientras metía los parámetros comenzaba paradójicamente después de que todo apestaba, hope: Why can’t you see you torture me/You’re already thinking about someone else/When he comes home/You’ll be in his arms and I’ll be gone/But I know my day will come/I know someday I’ll be the only one. A esta le siguieron rotting out, pervert, i wanna be a bear, yo seguía tratando de lograr un buen enfoque y no pasarme del ruido decente para una foto. Si antes no era nada, ahora tenía la posibilidad de hacer algo bien y no desperdiciar más oportunidades. Cuando finalmente ya estaba calientita la cámara y ya le había encontrado los parámetros adecuados, las tres canciones ya se habían esfumado y los guardias de seguridad comenzaron a sacarnos. Sin embargo, estaba contento, había logrado algunas tomas decentes. «Silly Girl» comenzó a sonar y mi corazón comenzó a palpitar más rápido. Unas ganas de lanzarme al ruedo se apoderaron de mí, sin embargo, el equipo era un gran impedimento. Busqué a Pao para pasarle las cosas mientras yo aplicaba unos pasos dentro de la pista; por fortuna la encontré disfrutando del show. Me hice paso entre la masa uniforme de gente y llegué al ojo del huracán. Comenzó a sonar «Clean sheets» y entre en éxtasis: Clean sheets mean a lot to a guy who sleeps on the floor/ I wanted your love and a shelf on your dresser drawer, repetía junto con Milo mientras mis recuerdos viajaban de nuevo al pasado. A ésta le siguieron «Suburban home», «Shameless halo», «Coffee mug», «Without love». El público conocedor ya estaba bien marinado en sus propios jugos; una pierna volaba sobre mi cabeza, un brazo me golpeaba las costillas, alguien más me bañaba con su sudor, se formaba una espiral en el centro de aventones y codazos, mientras de fondo sonaba «Get the time». El paroxismo de las emociones llegó cuando Milo entonó «Nothing with you»; ¿cuántos de nosotros no habríamos dedicado esa canción a la musa de turno?:
All I wanna do
All I wanna do
All I wanna do
Is do nothing with you
Poco a poco me sentí cansado, salí del ruedo un tanto desanimado por no poder seguir. «When I get old» comenzó. Cuando pensaba ser viejo no me imaginaba estar ahí, repitiendo obsesivamente what will it be when i get old. Fui por mis cosas con Pao y seguí tomando fotos a la distancia. A «When I get old» le siguieron «Coolidge», «Thank you» y «Descendents». Con ésta última se despidieron, pero el encore no se hizo esperar: Descendents, Descendents, Descendents gritaba la grey eufórica. Los abuelos del pop punk regresaron advirtiendo que solo algunas más: «Feel this», «Sour grapes», «Smile». Milo sacaba fuerzas de su joroba artificial que le permitía oxigenarse como si fuera uno de esos dromedarios. Cuando terminaron con «Smile» y se apagaron las luces, de nuevo comenzó otro encore. En ese momento mi estado era de felicidad absoluta, habían tocado dejando todo en el escenario, las esperanzas de que volvieran eran casi nulas, imaginaba a Milo siendo recibido con un tanque de oxígeno en los camerinos, pero no. Volvieron y siguieron siendo y haciendo lo que los hacía felices. De repente tuve esa revelación espiritual, ¿qué me importaba tener 30 años y no ser lo que los demás o yo esperaban? Lo único que debía importarme era ser yo mismo y disfrutar cada minuto de mi existencia. El show término con «Catalina» y con un Bill Stevenson diciendo en español a todo el público: hasta mañana, hasta la próxima.
Derrotados, nos dirigimos a la Van para tomar camino de regreso. Seis largas horas nos esperaban. Cuando cruzábamos un callejón oscuro, de repente ahí estaba, como si nada, Milo, héroe punk de juventud. Solo lo separaba una reja de nosotros. Cuando fuera viejo, lo único que habría deseado era tener una foto junto a Milo. A veces así de simple es la vida.