Texto: MATÍAS MIRANDA
Lejos del mito, la leyenda o el cariño, la séptima entrega de la saga de Star Wars (que lleva como segundo título El Despertar de la Fuerza), es una cinta para sentarse y admirarla sin ojos de crítico. Es, sin lugar a dudas, una de las grandes historias cinematográficas de todos los tiempos y es seguida por millones de personas.
Sí, es un dulce visual para sus fanáticos que cumple justamente con mantener la pirotecnia de los fuegos artificiales creados hace ya casi 40 años por George Lucas. Claro, dentro de lo nuevo están más nudos sin atar para que el espectador se vaya haciendo una “posible” idea de la historia de todos los nuevos personajes que cruzan la pantalla.
Ahora, la trama introduce a Rey, una heroica chatarrera que de pronto se ve inmiscuida en el centro de las acciones y descubre que tiene un poder oculto, y a Finn, un stormtrooper desertor que caerá por azares del destino en los vericuetos de esta nueva lucha de la llamada “Fuerza” contra el siempre “Lado Oscuro”.
Acompañándolos, estarán dos nuevos villanos que trabajan para la espesura de la oscuridad y la presencia de los ya avejentados Han Solo y la Princesa Leia, así como el atemporal y pispireto C-3PO y R2D2.
Por el momento, J.J. Abrams confeccionó una cinta moldeada para las masas, con ciertas fallas en cuestiones de congruencia pero que se ajusta perfectamente al universo onírico y espacial de Star Wars.
No hay instrospección en pantalla y tampoco se ahonda mucho en la temática de los problemas generados por el choque del bien y de mal, pero “pega” literalmente a los espectadores a las butacas y está generando carretadas de dinero en taquillas por todo el mundo. Pocas veces una pelicula puede generar tanta empatía.